Tengo mucho que decir, mucho, muchísimo,
y lo digo, pero ya no lo escribo -no por
lo menos aquí- algún día tuve la intensión de bajar mi blog, pero se me olvido
y hoy miré y me sorprende inmensamente que tenga tantas visitas (49 mil), claro
que para los que son blogueros y escritores de oficio eso no es nada, pero para
mí, escribiente ocasional de emociones e historias es una verdadera proeza, así
que aquí estoy en el ejercicio de escribir(me) de nuevo.
Y entonces les cuento que llevo días,
muchos días meditativa, reflexiva,
callada, silenciosa, pensativa, todo junto, y es sólo que debo escribir y
pronunciar un discurso, lo cual no es problema, porque igual que hablo, escribo
mucho, el “tema” es que tengo mucho que decir y poco tiempo para hablar, así
que LA IDEA, EL MENSAJE, la línea discursiva, debe ser cuidadosamente
seleccionada, porque es UN MENSAJE contundente, claro, asertivo y entonces
cuando pienso en lo que quiero decir las emociones me invaden, las ideas se
entre cruzan, las palabras me abruman y las manos se quedan quietas, y, así, llega
el silencio. Entonces voy por café, veo las redes, miro un libro, me peino, veo
el Netflix y en eso ando cuando recibo el mensaje de mi hermana a quien debo ir a abrazar por cosas incontables e impronunciables en un espacio como éste. Así, llego el momento de pararme de este escritorio, al rato se ordenarán las ideas, las emociones y encontraré "la palabra precisa" y no sé si la sonrisa perfecta, no creo, porque con esas cosas que debo decir, más bien mi semblante palidece, la sonrisa se desvanece, los ojos se me inundan, la voz se vuelve estruendosa y escandalosa y sin duda las manos manotean. En fin... que mejor me voy de aquí... y al rato le sigo.
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