Y en la repleta estación de
metro Juárez, aceleré el paso para subir al repleto vagón del metro, pero
alguien más veloz y más feroz me empujo por la cintura para SUBIRME
--aunque no lo crean-- de manera más rápida y más decidida.
Vagón sin uso intensivo, Línea 12, marzo de 2015 |
Cuando sentí el tocamiento de
“esa” mano, inmediatamente volteé a ver quién era --porque,
obvio, no me podía mover--, y para mí sorpresa no vi a nadie y la segunda vez
me tuve que agachar para observar que fue una mujer pequeña. No era enana. Era
una mujer pequeña: una señora pequeña, tal vez de 1.30, no más de 1.40 cm.
Y su mano se mantuvo unos
segundos en mi cintura hasta que se acomodó y no fui la única extrañada por tan
veloz y audaz movimiento, y entre las mujeres apretujadas en el vagón miramos, para buscar y comprobar, que no había nada de lo que se pudiera sujetar, así que, pacientemente, le abrimos camino hasta un pasamanos a nivel de cintura.
Y así, las mujeres del vagón-repleto-de-mujeres nomás nos miramos, elevamos los hombros y sonreímos.
Ya de regreso y con más calma, hice un ejercicio que "alguien" me dijo que hace para “comprobar” las perspectiva de los demás para mirar las cosas y así flexioné mis rodillas y me di cuenta que el mundo de los de debajo en el metro de verdad, de verdad, se ve y se vive de manera bien diferente.
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