jueves, 10 de marzo de 2016

De los días extraños y con mucho viento que dejan el corazón expuesto y las palabras salen desde dentro... muy adentro...


Hoy, como otros días, les contaré una historia sin contarles, y digo sin contarles, porque para lo que necesito compartir no hace falta que les dé detalles, sólo les contaré “mis” emociones, que ahora, a diferencia de otros cuentos, no es una historia de esas llenas de alegría. 
Y cuento sin contar, porque aunque soy capaz de mostrar y expresar mis emociones, sigo reservando la parte más importante de mi vida para mis relaciones cara a cara, así que cuento sin contar.
Esta historia empieza con un duelo y una gran tristeza que traigo aquí dentro. Y es que llevo muchos días, semanas, con grandes y prolongados diálogos mentales sobre lo que me pasa y lo que pasa es que casi siempre termino llorando, pero como todo en la vida me pasa, pero ahora --hoy-- aproveché que las ráfagas de viento se llevaron mi “racionalidad”, me dejaron el corazón expuesto, mis ojos muy limpios y mis manos libres para escribir.
Por algún lugar de la montaña,
aquella hermosa montaña
de Valencia, octubre de 2015.
Entonces les digo que hace unas semanas, más bien hace unos meses --diciembre y enero para ser exactos-- la vida me empezó a cambiar --literal: mi vida cambió y la vida me cambio-- y digo la vida, porque yo “estaba” muy feliz, pero la vida me llevó por un camino en el que ya andaba sin mirar e iba rumbo a una montaña y tuve que caminar sola, ya no hay mano que tomar ni brazo que sujetar ni hombro que tocar, pero eso hasta cierto punto no me preocupa “tanto”, siempre ando "sola" y cuando caigo me levanto sola -literal y en sentido figurado-. Ya saben que soy una sobreviviente (sin dramas, sin dramas... pero quien conoce mi historia sabe perfecto que la he librado bien y bonito).
Lo relevante de mi nueva condición es el gran desconcierto y desolación con la que me quede cuando me dejaron hablando sola --literial y en sentido figurado, pero así fue--, porque entonces me di cuenta que me tenía que concentrar en el camino, en mi camino, en cada paso, en cada escalón, en cada piedra del camino en el que ya andaba.
Ahora, a diferencia de otro tiempo, tuve que observar con mucha tranquilidad y paciencia sí el camino estaba iluminado o sí estaba oscuro para prender la luz, no sea que pierda el rumbo, porque mi camino, por ahora, está bien trazado.
En ese andar --mi andar de ahora-- tuve que estar más atenta y sensible al frío y al calor, ya saben... ya saben... la calefacción del corazón estaba descompuesta y, ahora, peor con esto de la menopausia (jajajajaja!!!).
Ahora, más que nunca, tengo que andar con pasos cortos y muy lentos, porque a veces la vista se me nubla de tanto recuerdo, así que también debo hacer altos para volver a mirar. 
Entonces... entonces... ya saben la cosa más importante que les quería decir sin contar: la vida me cambio y en muchas cosas...
  • el tiempo,
  • la compañía,
  • la casa y
  • los rituales --mis rituales--.
Los días, en las horas de mis días, ya no hay a quien compartir ni tristezas ni alegrías ni burlas ni mofas ni sonidos ni colores ni sabores ni bromas ni llantos. 
La casa, mi casa, dejo de oler a pan los jueves y la misma casa quedo en silencio, en gran silencio, los fines de semana, ya no se escuchan las risas ni carcajadas, sólo me acompaña el silencio; y las paredes están lisas, muy blancas, ya hay espacio para albergar nuevas alegrías y nuevos recuerdos. Y seguro... seguro... ya me pasará y me volverá el gusto por hornear, nomás dejen que me pase el mal-estar.
El baile, en mi baile, mis días de baile, por algunas semanas quedaron suspendidos, pero ya volví y me queda el consuelo --tonto de inicio, pero al fin consuelo--, por qué bailar con uno, sí puedo bailar con todos… jajajajajajaja!!!  
Ya no hay regalos ni galletas ni dulces ni playeras ni café ni libros ni música ni mensajes ni viajes ni triunfos ni fracasos que compartir. Bueno, sí pero no. Así como tuve un depositario de mi amor y, algún día, fui capaz de reconocerlo. Hoy, a 35 días del duelo, sólo digo que lo mejor y peor de mi me lo reservo y lo resguardo aquí dentro.  
Camino a la montaña, Valencia, octubre de 2015.
No lo voy a negar  --y esta es la parte que menos le gusta a las personas, pero ya lo van entendiendo, que Angélica Garnica también llora--, perdí la sonrisa, se me fue la sonrisa, increíblemente se me fue la sonrisa, sonreía a fuerzas y me temblaba el cachete, pero de verdad que me esforzaba por sonreír, pero por primera vez en mucho, muchos, muchos años la sonrisa se me fue…
La sonrisa desde dentro se desvaneció y sólo me quedaron lágrimas, y aún cuando escribo estas líneas se me vuelven a inundar los ojos,  qué le vamos a hacer?? Así es el camino de las lágrimas y de los duelos.
Y durante todos estos días capturé --con fotos-- las diversas versiones de la sonrisa de Angélica, porque tenía temor de que no regresará, pero creo que ya va saliendo, ya va regresando mi mejor sonrisa.
Entonces les digo que además de mis proyectos, las reestructuración de mi organización, ando en esas, que me estoy restaurando en cuerpo, alma y espíritu, tengo una gran herida y cada día le pido a Dios, al Universo, a la vida, que me dé lo que me tenga que dar pa’salir del duelo y así lo hacen, al día, todos los días, tengo la bondadosa, amorosa y paciente compañía de mi familia, amigas y amigos que no escatiman en palabras, abrazos y tiempo para apapachar mi ser. Y sí pues, gracias, gracias, gracias, gracias inmensas.
Mi ejercicio al día es llevar a mi mente a estados positivos, de bienestar, de creatividad y alejarla de mi fuente de sufrimiento, de enojo, de tristeza. Y ni se apuren que ya sé cuál es mi siguiente ejercicio ahora esté completamente restaurada en mi seguridad emocional, ya lo sé que voy a hacer, ya sé que haré, pero se los cuento luego.
En fin... En fin… Que son días muy extraños de acomodos y reacomodos, incluso, en la casa, en la ciudad y hasta los árboles caen con todo y raíz, así que ya me siento más tranquila por esta gran caída.
En realidad no puedo irme de esta entrada, de esta nota,  sin dejar de agradecer a la vida por todas las enseñanzas, las experiencias, las vivencias y todas las emociones durante todos los días de mi vida, pero especialmente durante los últimos 6 años --más o menos, soy mala para las cuentas, excepto para llevar la cuenta de los días de ausencia, porque de esos, no sé por qué llevo perfecta cuenta, tal vez porque, paradójicamente, es un gran anhelo porque me llegue el olvido--.
Y ya pues…
Ya pues…
Ya pues…
Que por fin tuve las condiciones para ponerme a escribir pa’ mí y poder compartir... desde aquí... desde aquí... de dónde más... de esta cabeza-corazón.



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