miércoles, 18 de enero de 2012

Mi encuentro con el yoga. Parte 2. El encuentro con el cuerpo


Parte 2. El encuentro con el cuerpo. 

 

Mi cuerpo

 

Practica de yoga 2009.
Mi cuerpo, mi cuerpo, mi cuerpo. Esa fue otra cosa que tuve que aprender, tenía un cuerpo. Yo no sólo era cabezota, era una mujer con cuerpo ¡qué fuerte! No podrán creer la gran cantidad de complejos que tenía —y sigo teniendo— con mi cuerpo. Bueno, para empezar nunca me lo veía, menos lo conocía ya ni hablemos de admirarlo o modificarlo o mejorarlo. No pues, eso no era parte de mí. 
Entonces casi puedo recrear una escena en la que el maestro nos pedía que extendiéramos los dedos del pie en el mat para iniciar tadasana ¿cómo? ¿los dedos de dónde? Ni siquiera se podían separar. Yo nomás sabía ponerme de pie, pero hacer todas esas cosas de extender los dedos, alargar las piernas, los brazos, alinear la cabeza, hacer todo eso junto para mí era algo súper complicado.

Era un poco cómico, porque con mis ganas de hacer bien las cosas, entonces cuando decían tadasana o la montaña, inmediatamente me agachaba y tomaba uno por uno de mis dedos para separarlos y depositarlos en el suelo, y cuando me levantaba se volvía a mover para juntarse de nuevo.

Son muchos buenos recuerdos de esos primero encuentros conmigo a través de mi cuerpo. Por ejemplo, esa metáfora de que la planta del pie es nuestra raíz, que es lo que nos arraiga a la tierra y nos mantiene firmes para atender las tempestades de la vida cotidiana. Entonces el maestro, en ese entonces Pedro, agregaba: esa firmeza de la raíz de tu árbol hay que llevarla a la vida diaria. Con esas metáforas, no iba a permitir que mi base fuera inestable. No señor! Mi vida necesitaba firmeza, arraigo, presencia y mucha fortaleza para andar por ella.

 

Las partes de mi cuerpo

 

Si el encuentro con mi cuerpo, digo con el conjunto de mi cuerpo, fue difícil, no les quiero contar qué ha sido el encuentro con las partes de mi cuerpo

Todavía puedo mirar la cara de mis maestros cuando decían que moviéramos algún hueso o músculo. Por ejemplo, decían baja el sacro y alárgalo (bájalo) hacia el suelo ¿Pero que es eso y cómo se mueve? Entonces a través de sus ojos puedo mirarme pensando:

    Ese hueso, ese, ese, ese hueso…? ¡seguro que lo tengo!, ¡pero segurísimo que lo tengo! ¡Claro, todos lo tenemos! ¡Claro que lo tenemos todos: hombres y mujeres, y yo soy mujer, así que lo debo de tener!

Y hacia un rapidísimo escaneo por mi cuerpo preguntándome

    ¿dónde estará? ¿cuál será? ¿cómo lo voy a mover si ni siquiera sé dónde está?

Lo único en lo que no tenía duda, era en que en mi cuerpo había una cosa llamada sacro.

Con el tiempo supe que ese hueso, el sacro, es de los huesos más fuertes de nuestro cuerpo, base de la columna vertebral y el último hueso en quemarse en una incineración —disculpen pero mi aprendizaje es significativo y me ayuda tener estas referencias para adquirir conocimiento, ah! porque como ya saben soy cabeza dura y tuve que investigar qué y dónde estaba ese hueso—. Así, ya no se me iba a olvidar cuál era ese hueso y porque era tan importante trabajar con él en todas las clases, sobre todo para alinear mi espalda (columna) que tendía a caerse hacia al frente, es decir, cerrar y cerrar el pecho.

 

Los movimientos de mi cuerpo

 

Otra parte de mi cuerpo que me costó mucho trabajo identificar y más aprender a mover para proteger mis rodillas y fortalecer mis débiles piernas fueron las rótulas. Esa pieza de inserción entre las rodillas que permite el movimiento de todita la pierna, y que articula y da consistencia a la conexión entre la parte de inferior de la pierna (gemelos, espinillas, tobillo, planta del pie y dedos) y la parte superior (los muslos y hasta los glúteos). 

De estas mentadas rótulas recuerdo perfecto una clase en la que mi queridísima maestra Adriana con todo paciencia se detienen frente a mi cuando estaba haciendo triconasana (el triángulo) y me dice —tienes que subir la rotula. Efectivamente puse mi cara y mis ojos de ¡¡mmm??
 
No había duda: no sabía subir la rótula. Entonces me indicaba con sus manos y sus dedos hacia dónde y cómo debía mover la rótula para proteger mis rodillas y trabajar con todas mis piernas, y por supuesto evitar hiperextender mis piernas en esas asanas de pie. Entonces me dice
ponte en tadasana (postura de pie o la montaña)
Y pacientemente se sienta con las piernas cruzadas frente a mí para explicarme cómo carajos mover la rótula. Y así estuvo unos minutos, hasta que le dije
no puedo, no puedo, ya mi cuerpo aprenderá.
Pacientemente me miró y dijo algo así como:
—hoy no es día de mover la rótula.

Adriana, como maestra, tienen muchas virtudes y una de ellas es alentar a sus alumnos a hacer las cosas y luego de hacerlas, hacerlas mejor, pero si no se puede, nos deja con la sensación de: ah! ya será otro día!!, por hoy, no. Esto sin que eso signifique esforzarte de más o rendirte con facilidad, esa algo así como: inténtalo, pero si no es hoy, lo intentas otro día, pero no te venzas. 

Pero dejen compartirles lo que me estaba pasando en ese momento en el que no podía mover la rótula. Mi cabeza me hervía y ya me estaba estresando, ya me estaba desesperando por mi incapacidad por hacer ese movimiento, pero estaba pensando (“justificándome”):

¿y cómo voy a mover algo que apenas y conozco? Esa rótula recién me la presentaron y la estoy estrenando. Esa rótula me acabo de enterar que se movía y ese día Adriana me descubría (explicaba) cómo ese movimiento lo dirigía yo. Ufff!! Era demasiado!!!

Efectivamente, mis primeras clases de yoga, y les hablo de los primeros 2 ó 3 años de práctica, fueron un descubrimiento constante de mi cuerpo, es decir: un encuentro conmigo.

En conclusión, esos primeros años de práctica de yoga me llevaron aceptar con toda conciencia: Angélica es cuerpo, es mente y es espíritu. Aunque esto último, debo aclarar, del ser espiritual-Angélica, más bien de la conciencia del ser espiritual-Angélica me llegó mucho después, digamos que para eso me lleve más años, muchos más aprendizaje de yoga y de otras cosas.

Como siempre lo digo: me gustan los caminos largos y para eso de la vida espiritual no fue la excepción, me tomé el camino más largo y más difícil para llegar a aceptar con todos sus letras que Angélica, además de cabeza (mente) y cuerpo, también y sobre todo es un ser espiritual.

MMM!! mmm!! Así que moraleja: sí Angélica pudo, cualquiera puede. Siempre hago esa broma: sí yo pude, cualquiera podrá transformarse y con mayor facilidad. De verdad, ahora que lo veo a la luz de tanto tiempo —digo más de 8 años de andar por el camino de yoga, para mí es mucho tiempo— y de tantas cosas que se me han transformado apenas y me reconozco, pero sé que en esencia siempre fui esta, sólo que me tomé el camino llegar a lo mejor de mí. 

Que estén bien.

Namaste

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