lunes, 16 de enero de 2012

Mi encuentro con el yoga. Parte 1. El encuentro conmigo

Árbol que crece torcido…,
de verdä que su tronco endereza!

Con profundo respeto y agradecimiento a mis primeros maestros de yoga.



Parte 1. Del encuentro conmigo


Mi primer encuentro con el yoga fue un encuentro conmigo.
En realidad hasta mis 33 años jamás había realizado ninguna actividad física —háblese deporte o cualquier cosa que tuviera que ver con mover el cuerpo[1] de manera consciente—, ya no digamos realizar alguna actividad artística o recreativa. Esas cosas no estaban dentro de mí vida.
Entonces hacer algo con mi cuerpo, era, de inicio, una forma de recuperarme en muchos sentidos. Y ahora les cuento.
Hasta el día que entré a mi primera clase de yoga —hasta ese merito momento, ese domingo 5 de enero de 2003— mi frenética vida se reducía a estudiar y trabajar. Eso sí, obtuve niveles de excelencia en mis estudios de licenciatura y maestría —premio a la investigación por tesis de licenciatura y medalla al merito por estudios de maestría—, y tenía un futuro prominente con mis estudios de doctorado.
A esa edad, ya había tenido trabajos “importantes”, “bien” remunerados y había participado en proyectos “importantes” para… mmm! pues ya ni sé, lo único de lo que sí puedo estar segura, ahora, es que mi vida seguía vacía, no me tenía a mí.
El resultado: un cuerpo enfermo, que era resultado de una mente y un espíritu completamente apabullados y maltratados por una “inteligencia” racional, lógica y determinista de un ser humano (yo, Angélica) que no sabía estar consigo misma.
Sí a ese modo de vida le agregamos una hernia hiatal congénita, un cuadro de gastritis y colitis controlados con medicamentos desde los 14 años, porque además se podrán imaginar que me “tuve” que forjar un carácter fuerte, determinado y controlador para andar por la vida.
En síntesis, esta es mi vida hasta antes del yoga: cuerpo enfermo y un ser hiperactivo, explosivo, compulsivo y controlador. No me quejo, pero durante mucho tiempo sí lo hice, pero además adquirí una rigidez e intolerancia por muchas cosas: lo mal hecho, lo desorganizado o lo ambiguo no tenían cabida en mi vida ¡uy! Sí que me ponían un poco frenética, más bien histérica por tonterías.
Con el tiempo y con otras cosas —de las que luego hablaré— ahora sólo puedo reconocer, aceptar y agradecer que ese camino largo era el que me tocaba andar para llegar al yoga.
En diciembre de 2002, fue el inicio de ese andar. No sabía por dónde, lo único en lo que pensaba era en que ya no podía seguir con esa vida: mi fase de alcoholismo había llegado a su límite. Pequeño detalle, del que había omitido hablarles.
La crisis generada por la pérdida de un amor ya había llegado a su nivel más bajo y no duden sí les digo que no me costó trabajo aceptar que ya tenía que hacer algo y pronto, ya que nadie lo iba a hacer por mí.
Entonces dije, voy a aprender algo que me ocupe: Natación, baile o yoga. Nótese que el inicio fue ocuparme más, pero nunca pensé que esa nueva “ocupación” sería tan importante en mi vida y que en realidad vendría a cambiar radicalmente mi modo de vida, pero sobre todo mi actitud en, para y con la vida.
Con una estructura mental como la mía, bebía recabar información: ubicación, horarios, costos, requisitos.
La oferta de yoga fue la mejor, por varias razones: no interfería en mi idilio con el trabajo, ya que era en domingo y había una clase a las 9 de la noche, pero lo más importante no debía tener experiencia ni conocimientos previos, y había un curso para principiantes ¿caray qué más quería?
Desde la primera clase me sentí bien y al siguiente domingo regresé y hasta compré mi primer mat (tapete de yoga). No sé por qué, pero no tuve duda de que mi cuerpo podía aprender poco a poco a estar. 

El encuentro con el origen: La respiración


El primer mes de yoga fue muy ilustrativo en muchos sentidos. Me percaté y recordé la importancia de respirar, ese fue mi primer reto. En ese momento llevaba más de 15 años fumando y ya consumía más de una cajetilla al día (digamos que una y media, bueno a veces 2 !uy!).
El sólo pensar en que no se respiraba por la boca me provocó un re-aprendizaje elemental. No podía creer que llevará tantos años respirando mal. Entonces, para mí, poner atención en ese hecho fue la clave para aprender a estar, como dicen a estar en el momento presente.
¡Claro! ¿cómo no? El aire es la base de la vida y lo estoy haciendo mal, no pues a corregirlo y ya sabrán que con lo compulsiva que soy —ahora menos— me dedique a cuidar mi boca y mi nariz.
Entonces el cuerpo tuvo sus respuestas. En febrero de 2004 tuve una infección en la garganta que termino en otitis. Falte tres días al trabajo ¿y saben lo que eso significaba? Sí, el acabose.
El quinto día de enfermedad, continuaba con una fiebre terrible y el antibiótico no me ayudaba, tenía sed y no tenía agua en casa, era de madrugada y tenía dolor en todo —cuerpo, alma y espíritu—, y al ver los cigarros me dije: ¿qué me estoy haciendo? ¡no puedo seguir con esto! ¡Este dolor de todo ya lo no aguanto! Y si una fuente de este dolor es el cigarro, la decisión fue sencilla: ya no voy a fumar.
En ese momento —sólo en ese momento, en esa madrugada— me di cuenta del dañado que le había hecho a mi cuerpo.
No fueron los diagnósticos médicos ni las operaciones ni los tratamientos medicamentosos ni las terapias sicológicas ni que me lo dijera mi madre o mis hermanas o amigos, fue esa madrugada y mirarme tan lejos de mí, lo que me hizo empezar a regresar mi mente y mi alma a mi cuerpo físico y para ello el yoga era el medio. Y ya que les digo, pero en esas ando.
El hecho de pensar en todos esos dolores me alejo definitivamente del cigarro, porque además había encontrado una “herramienta” que me hacía sentir bien: el yoga.
Así, durante los siguientes meses ese fue mi trabajo: re-aprender a respirar. Al principio para ser consciente del aire que entraba y salía por mi nariz hacia unos sonidos (ruidos) fuertísimos, mismos que con el tiempo se fueron suavizando.
Hasta aquí… va pues, ya luego les cuento luego de mi encuentro con mi cuerpo, mi encuentro con los órganos y partes de mi cuerpo, y el encuentro más grande: el encuentro con el espíritu y el alma que habitan en este cuerpo.
Va pues.
Que estén bien.
Angélica Gs.
[[P.D. de la caja del recuerdo... este texto es de 2009-2010, ya les comparto mis siguientes encuentros con el yoga, el baile (la salsa), el cine, la lectura y todo lo demás]]
  


[1] ¿Que cómo puede ser eso? Son tres aspectos que de manera general explican esta situación:
(1) Siempre fui a escuela pública y esto significó cumplir con lo mínimo indispensable en las actividades deportivas para que un maestro diera su clase y los alumnos nos ocupáramos durante 1 hora o menos, es decir, en mi experiencia —no sé en ustedes, pero en la mía—, no tuve ningún aliento para tomarle cariño al deporte, ya que estaba marcado por la obligación, pero además por actividades que no me interesaban.
(2) Fuimos 11 hermanos, de los cuales vivimos 9 ¿y saben lo que es dar de comer, educar y vestir a tanto hijos en una familia que fue de nivel bajo a medio? Efectivamente, no había para esas actividades y en realidad en cuanto se tuvo edad, las actividades eran cooperar en las labores de casa o en los negocios de mis padres. Esas eran las tareas extra después de la escuela o la tarea, mis hermanas mayores pueden dar cuenta de ello mejor que nadie.
(3) Cuando pude trabajar pagué mis estudios y después me dedique a trabajar, trabajar-estudiar o estudiar-trabajar y luego trabajar-trabajar, es decir nunca tenía tiempo.

Nota 1. Contexto del Manual de Seguridad Universitaria 2021

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