Para todos los niños de mi vida, esos, esos, esos que me cuentan estas historias y que son mi más grande motor para seguir transformando este país. En especial para L, F, S, V, H, L, H...
María sale corriendo, sonriente y espléndidamente
peinada con trenzas y ligas de colores. Magda su madre la espera amorosa en la sección
de niños grandes --salir de maternal, significa ser niño grande y para María eso era todo en cuando cruzaba la puerta de su escuelita--.
Eran las tres de la tarde, fue de esos días
que el frío cala los huesos y lastima la piel, así que Magda y la pequeña María
tomaron la micro para evitar la
caminata de 3 kilómetros para llegar a casa.
Ya en el micro, Magda sienta a María en
sus piernas. María abraza su mochila color rosa entre sus pequeñas piernas. Apenas
unas cuadras y dos asaltantes suben al micro, con pistola en mano y voz
amenazante:
-- “pasen
sus celulares y cosas de valor, rapidito, rapiditoooooooo!!! Chofer cierra las
puertas y síguele… síguele no te hagas pendejoooo!!!
Instintivamente, Magda abraza fuertemente
a María, sus ojos se desorbitan y el corazón se le quiere salir del pecho, pero
choca con la pequeña espalda de su hija.
Cuando les toca el turno de depositar sus
pertenencias, Magda dice muy angustiada:
-- “no
traigo nada”.
Fue uno de esos días que extrañamente se
despegó del celular y lo dejo en casa, y, como siempre, se echo unas cuantas
monedas al pantalón, por lo que se ofreciera de vuelta a la "casita". Ese camino ofrece:
paletas de limón, palomitas de maíz, gelatinas y hasta los prohibidos chicharrones… sí, sí, algo de eso "podía" ser la recompensa ocasional por un buen día de trabajo en la “escuelita”.
El asaltante enfadado:
-- ¿¿no traes nadaaaaa?? no te hagas pendeja!!!
En ese instante le arrebata a la
pequeña María su mochila y empieza a sacar desespera y violentamente la
playera, la blusa, la falda, todaaaaa la ropa de cambio de la pequeña María, y así corroborar,
que de valor, esas cosas no tenía nada, sólo para María quien ese día emocionada llevó falda con mallas.
Y así, mientras el joven ladrón hurga la
mochila, María le pregunta a su mamá:
-- Mamá ¿por
qué saca mi ropita? ¿por qué saca mi ropita? Mami… ¿por qué el señor saca mi
ropita?
El asaltante enfadado vota las preciadas
pertenencias de María y se las avienta a su madre.
Bajan veloces de la unidad y le dicen al
chofer:
-- Hijo
de tu puta madre, síguete de frente y no te pares.
María no alcanza a comprender qué pasó,
mientras Magda estrecha fuertemente a su pequeña contra su pecho.
En efecto,
ese día, María no alcanzó comprender qué pasó, pero desde entonces --y a sus tres
años-- ya sabe qué es un asalto en
el transporte público.
Cuando llegan a casa, Magda se sienta
frente a María y le explica qué pasó, y le da indicaciones de qué
hacer:
-- Cuando los señores extraños te pidan tus cosas se las das, no contestes, no les digas nada, porque
sí no se las das, te van pegan, ¿entiendes eso?
María asiente vacilante su pequeña y vuelve con la cantaleta:
-- pero mamiiiii... por qué sacó mi ropita?
Magda paciente "intenta" explicar que hay
gente que no trabaja y le quita a otras personas sus cosas para venderlas y
tener dinero, ya consternada le dice...
-- Ya olvídalo, olvida lo que paso, ya entenderás cuando seas grande.
María con ojos de te estoy poniendo
atención, pero no comprendo, sólo acierta a decir:
-- cuándo
vaya a la Escuela de Grandes voy saber eso?
Magda le hace cosquillas mientras le dice:
-- ojalá no lo sepas, pero lo sabrás, seguro que lo sabrás.
Las dos caen en la cama riendo a carcajadas y abrazadas como changuitos.
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