Siempre me
he dicho y ahora se los comparto: las mejores fotos no se sacan con ninguna
cámara. Mis mejores “imágenes”
no las guardo en ningún álbum ni impreso ni digital, las atesoro en
la cajita de mis recuerdos de los sentidos, de la mente y de eso que llaman corazón. Hoy me recordé de ese pensamiento cuando caminaba por la calle de Madero, yendo
de Eje Central hacia el Zócalo.
Y les cuento.
Y es que por la calle de Madero desde que
es peatonal, al menos que sea indispensable, como hoy, no camino, porque para mí
gusto, está muy concurrida y, a pesar de que soy animal de contacto, hay cosas
para las que no tengo mucha paciencia.
Por ejemplo, ir detrás de mujeres que
tienen que caminar de puntitas y con mucho cuidado porque sus tacones se atoran
o su tobillos se les van de lado —aunque debo confesar que a veces me divierto
con esas escenas y hasta me detengo a bobear— o ir a lado de las doñas que
llevan miles de bolsas o grandes paquetes que te van noqueando — bueno aquí ni
que decir, cuando me piden disculpas sólo les regalo una bella sonrisa y me voy
pa otro lado—.
Bueno, pues, esa es mi historia con la
calle de Madero y sus transeúntes, desde hace unos meses.
Hoy no me quedo de otra y tuve que andar por la calle de Madero, porque eso sí, pa’
caminar de noche es lo más seguro para cruzar el centro. Fue entonces que me acordé
de ese pensamiento, porque hoy retraté una de esas imágenes que se captan con el
olfato, con el oído, con la boca, con las manos y, por supuesto, con los ojos. Son el conjunto de los sentidos y los recuerdos, de aquí de allá, los que permiten captar y guardar pa’ bien adentro esa gran imagen, que valga
decir, también es indescriptible.
La calle de Madero, por lo menos, hoy, y en
ese rato que anduve, estaba llena de esa versión de ambulante que me gustan, esas
versiones de viejos oficios de los comilonas callejeras mexicanas, por supuesto en su versión moderna de: camotero, elotero, cafetero, taquero, ponchero, buñuelero,
de los hot cakes,… Además,
obvio, los vendedores de lo chino: gorras, guantes, lentes, suéteres, muñecos
de navidad,...
Pero me quedo con
los primeros: el camotero y su olor a carbón con cascara de plátano quemado y
hasta el sonido del silbato; el taquero y sus dos comensales de tacos de chorizo con salsa roja; la seño del ponche a quien no pude resistir las ganas de
comprarle; y el chavo de hot cakes con esa versión perfectamente redonda y
bien inflada de los hot cakes acompañados de lechera y mermelada.
Ah! caray! Nostalgia
pura, pura nostalgia por esos olores, sabores, sonidos, texturas, colores y hasta
temperaturas que te producen esas escenas, más sí la acompañas de un buen ponche.
Ya luego los
comparto otras fotografías, de esas, que no se sacan con cámara... caray que me acuerdo de varias...