Pues nunca sé, mi relación con la música (toda) y, en particular, con la
música clásica es muy intuitiva. En la liga de Clásica México vi el promocional de la presentación
de Kun Woo Paik (Celebrando a Liszt), pianista coreano,
llamado el “enfant terrible de la
música”. Caray, caray, caray, y no me falló. Salí sublimada.
No sé, no sé, no sé, pero cuando
algo me llega a no sé dónde resulta que los ojos se me inundan y algo se me
empieza a derramar.
No son lágrimas, claro que no lo
son, esas otras las conozco bien. En el estado de concentración en el que me
encuentro en ese momento, sólo alcanzo a sentir cómo se humedecen mis mejillas,
sin necesidad de sollozar, sólo es que algo dentro de mí se necesita derramar.
Al salir el Palacio de Bellas
Artes, la tarde-noche era magnífica, a pesar del caótico tráfico dominguero, había
llovido, el ambiente era fresco e inspirador. Así que con una noche tan magnífica
cómo no me iba invitar a cenar, así que dirigí mis pasos hacia el Café Tacuba.
No había más, que le vamos hacer, ya no es lo que era hace 10 años, ya estoy
hablando como viejita y es que en el fondo de todo esto, algo de mi alma vieja
anda en estas cosas.
Entonces mientras esperaba mi
orden, pensé (visualice) ese momento en el que las vibraciones de piano me
llegan hasta no sé dónde y los ojos se me desbordan.
Entonces caigo en la cuenta de
que eso me ha ocurrido en otras ocasiones y en otros contextos. Todavía no sé
lo que me pasa y creo que no me importa, pero puedo recordar perfectamente la primera vez que me
ocurrió. Fue en una clase de yoga hace como 7 años, recuerdo perfecto la asana y el momento en el que sentí mojadas
mis mejillas y lo único que pensé, en aquel momento, —ah! mira cómo trabajé que algo se me abrió que hasta se me salieron las
lágrimas.
Pasaron muchos años para volver a
tener conciencia de ese fenómeno, pero lo recuerdo bien. Fue hace como dos años
—no lo puedo olvidar— cuando después de no sé cuantos años, fui a misa por
decisión y convicción propia. Así parece que oficialice mi conversión
espiritual. Ese día las palabras del sermón retumbaron algo no sé dónde y volvió
a ocurrir: mis mejillas de nuevo quedaron
húmedas, mis ojos limpios y mi alma llena de contento.
Ahora recuerdo otros dos momentos
en los que las mejillas me quedan frescas, los ojos limpios y el alma en
contento. Esos momentos, que tienen que ver con una misma situación, me los
reservo para otro relato, para otro espacio, para otra historia, para otro
momento de compartir.
Lo que sí quiero decir, es que
nunca, después de eso, me queda la sensación de sollozo o de lagrimeo o de
desconsuelo. No, nada de eso. Simple y sencillamente es eso, me quedo con unas mejillas frescas, unos
ojos limpios y un alma llena de contento.
Así me dejo el concierto de Kun
Woo Paik en día de hoy en el Palacio de las Bellas Artes.